Últimamente se han repetido varias pesadillas en mi mente que se vuelven realidad todos los días de mi existencia y, a pesar de todo, no hago nada para alejar los infortunios de mi mente porque no tengo la voluntad necesaria de querer una vida positiva y sin prejuicios. Es algo complicado el tener que salvarse de un problema que no tiene raíz y mucho menos si el problema está solo en mi mente.
Ciertamente les digo que a veces como personas pecadoras, hemos pensado muchas veces en nuestra propia desgracia cuando vemos que algo nos cuesta o simplemente cuando algo nos sale mal. Somos en cierto sentido, la clase de personas que se esfuerzan por entender los problemas ajenos sin antes entender los nuestros.
Los problemas ajenos a veces son más fáciles de resolver que nuestros desgraciados problemas que nunca tienen solución debido a que siempre decimos: “no puedo hacerlo”, “este problema me queda grande”, “mejor que se resuelva solo y que Dios me ampare”. Menciono estas típicas frases ya que me hago participe de este vocabulario pesimista como muchos a los que consideran que la vida es dura.
En efecto, la vida no tiene nada de fácil y eso me lo podrá comprobar todo aquel que le dicen NO cuando pide permiso de salir a una fiesta, todo aquel que lo callan cuando quiere hablar, todo aquel que lo encierran en la casa para no ver la luz del día, todo aquel que le cuesta el colegio, todo aquel que no encuentra un verdadero amigo, todo aquel que sus amigos lo han traicionado, todo aquel a quien le han pegado, todo aquel a quien le han prohibido la diversión, todo aquel que se siente triste al no poder sentirse amado.
Hay tantas cosas que no podemos evitar sentir más de alguna vez en la vida que pueden ser pedazos de buena suerte o más de algún infortunio.
Hubo una vez en la que estaba completamente segura de que Dios me había abandonado cuando más lo necesitaba ya que en ese momento estaba en cama con sueros inyectados y a punto de morir. Fue una experiencia traumante pero me di cuenta que el hecho de haber sobrevivido fue nada más que un milagro divino.
Hay tantas maneras de desperdiciar la vida que ya ninguna de ellas funciona realmente para darnos cuenta de que estamos haciendo algo malo o que estamos destruyendo una parte de nosotros que jamás volverá.
Cuando se es joven, la vida es mucho más deseable que cuando se tiene la obligación de trabajar para subsistir y poder ganar dinero. Los padres a veces piensan que nuestra vida está fuera de control y que algo malo resultará de eso, pero realmente están equivocados ya que nuestras vidas son diferentes a las de ellos y por eso es que no admiten nuestra forma de ser y prefieren que nos parezcamos a ellos.
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